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EL ESCALPELO
Homenaje a la Epilepsia

(Fragmentos)

Imagen del niño

     Su imagen es dulce. Nadie puede verla, excepto el caracol que anida a sus pies a orillas del mar.

     Nadie puede verla, excepto las arañas que moran donde moras tú y donde moran las memorables máquinas orgánicas de la eternidad.

      Nada puede detener su deseo de niñez.

***

      Es así su imagen. La vida de las imágenes ilusorias de la muerte y de la vida.

     Tiene él un esquema.

      Ese esquema es la reseña del secreto del amor y de la muerte, aunque el niño ignore amor y muerte, aunque sea vaga omnipotencia en medio de este juicio para practicar homenaje a la epilepsia.

     (Objeto muerto y puro para recoger la soledad).


 

MUERTE POR EL TACTO

I

(Fragmento)

     Mi soñoliento cuerpo despierta finalmente, y me hallo frente a mis amigos muertos

     y me levanto triste a veces porque de haber un muro a mi frente, de haber una valla o un duende a mi frente,

     yo no estaría triste ni pensaría en ti ni en mí ni en ellos

     y es así que salgo encorvado a contemplar el interior de la ciudad y uso del tacto desde mis entrañas oscuras

     en el secreto deseo de encontrar allá, allá el medio propicio para hacer que el mundo sea envuelto por el olvido

     para que el olvido impere en las primeras máscaras inventadas por la humanidad

     para que el olvido sea la fuerza motora y suprema y para que del olvido sólo surja el olvido

     ¡no puedes tener idea del olvido porque no conoces a mis amigos muertos!

     y para que en el curso de las edades el olvido llegue a generar la soledad

     para ello habrás de estar presente en aquella estrella

     en el rumbo indeciso,

     en el caos de la mirada

     en modo alguno para determinar, y sí para que se justifique la razón inexorable de lo habido y lo por haber

     de modo que lo armonioso sea siempre armonioso, has de estar presente sin poder saberlo

     y yo estaré presente y no podré saberlo pero seremos el olvido y la soledad

     porque ya hemos sido olvido y soledad cuando nada sabíamos —cuando no teníamos la noción de la oreja y del dolor

     ni sed

     yo te anuncio que sabemos y seremos

     harto conocido es el continente de aquel o de aquellos o del que hace cábalas con una jorobita

     conocemos a las gentes pero sólo tal cual son y no las sabemos tal cual no son

     pese a que carecen de la facultad de no ser por que no saben que pueden no ser o ser

     las saben en toda su magnitud mis amigos muertos y yo hablo de ellos con seguridad y orgullo

     son mis maestros

     el que hayan muerto dice que han existido eternamente antes de que yo existiera

     su muerte y sus muertes me enseñan no sólo que puedo ser fabricante de azúcar sino marino, relojero, pintor, físico, geomántico y muchas otras cosas

     que puedo tener además desconocidas profesiones y que puedo afectar alegría coma o no.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

     Yo me escondo de las extrañas costumbres —de la actitud con que no se debe resumir una tesis adorable acerca de las cosas sencillas y perfumadas

     soy partidario de las lombrices y de los peces

     de las estrellas que cantan

     guardo devoción por la mirada de los niños

     y me gusta dibujar cuando llueve

     y cuando se humedecen mis ojos, me es necesario poder hablar el idioma secreto originado durante el triunfo de las cosas

     juzgo conveniente alabar la esencia de aquel anciano y detenerme cuando el ayudante de hornero le hace muecas descriptivas

     al animal que pasa fugaz ante la sonrisa de la viejecita del dintel

     en fin, adoro las voces claras, los trenes y las ciudades

     y por todo lo que digo

     adoro mis entrañas oscuras.

ANIVERSARIO DE UNA VISION

V

     A la vista del río, que lava de males a los habitantes y los mantiene despiertos,

     y que socava la delgada corteza que sostiene a la ciudad debajo de la cual se oculta un gran abismo,

     no me dirigiré a ti, por un momento y deseo de tenerme en lo que habitas y habita en ti —y también en mí,

     y percibir la forma, angosta y alargada de la muerte, en la substancia húmeda y dura del cristal que le sirve de vivienda,

     y conocer la manera de ser y no ser como la muerte, que sabe crecer de arriba hacia abajo

     —quiero descubrir por qué sentimos que nos movemos, en cuál espacio, en cuál sitio, en cuál distancia se mueve el movimiento en la quietud, donde busca el movimiento un ir de un lugar a otro sin necesidad de ir, y busca realizarse en la inmovilidad y dentro de sí mismo,

               como la superficie de este río y como sus aguas, discurriendo lentamente junto con nosotros,

               para desembocar en el mar, para hundirnos y salvarnos de no morir por la ausencia de la muerte, la que un instante atrás ignoraba nuestra vida,

               la que viaja en ellas ahora y se aleja de nuestro lado.

 

     ¡Pasa sordo y ruidoso el río! —se desliza y salta a través de los diques,

               a su estruendo se enardecen las visiones de grandes animales

               que vemos cuando a solas nos desahogamos de cierta rara tristeza,

               en la transparencia y en el olvido de los suspiros que el río eleva y profundiza en medio de emanaciones mefíticas,

               y al silbido del aire puro que el Illimani ha filtrado,

               y que sopla sobre lo turbio e impetuoso de nuestra inclinación,

               esas visiones se debaten entre suspiros y buscan en lo tumultuoso de las aguas alguna visión que las mire y suspire por ellas,

     —y, mientras respiramos el extracto de este gran aire, filtrado, azul y frío,

     a la hora de las sombras, con una turbadora penetración las emanaciones mefíticas nos transportan al mar,

     y nos diluyen en la redondez de la tierra y en una eminencia del cielo

               —yo te busco,

               y con el alba y con los suspiros,

               junto al claro de las estrellas se anima la ciudad

               —y pasa el río, desconsoladamente y se queda.

VISITANTE PROFUNDO

4.

Nadie ama y las cosas son las que aman,

cuando miro el mundo y los vientos late suntuoso mi corazón en la congoja

—veo los seres solos y ajenos al mundo, exploro y me aventuro por ellos al nacer

y no aman ni se quieren estar, transitan y yo soy su solo amigo.

Desde la soledad me aman las cosas, en este páramo yo me lamento por no escuchar tu suspiro

y no ser agua para mirar el sonido,

y me lamento por lo caviloso que me pone el amor que me tienen las cosas;

escucho el murmullo con que ellas se aman

y se pierde en los huecos que dejaste a tu paso.

En la inmovilidad me escondo

y te aferras a mí, y me muevo y te vas

—y se sonríen las cosas, el corno y la trompa, y cantan canciones

y me aman con una gran hambre:

no es necesario vivir, pero es necesaria la vida

—digo.

7.

(Fragmento)

     Hay ciudades ocultas que guardan ciudades en el corazón y el primer día su resplandor subyuga, y el último es un olvido que brilla en el ojo del hombre

     —sus calles disciernen el mundo y evocan la cumbre, y la voluta olorece a cabellos y a calavera.

     —de ti a mí, de ellos a ellos, de todos a todos va y viene la voluta, y en la ciudad se esparce;

     lava tu frente una lluvia concisa la vez que sus piras, y el trazo del péndulo y las húmedas fuentes, a ti te devuelven el rastro de la marina y lisa clave de los sueños.

     De todo pálpito te libera el edificio del eco;

     tu grave alegría discurre en un trance de antigua navegación.

     Una mano petrificadora en tus mejillas, y la ansiedad, y la epístola y los minerales,

     tocan una música para los animales afectuosos que nombran tu ropaje a la cadencia de tu risa y de tu llanto

     —y tus cabellos te conducen a la ausencia.

     Y en aquellas ciudades —¡oh, habitante!— la muerte es fuerte y diversa, y poderosa la agonía; los sueños manan de tu sangre

     —revelan el astro de la letra olvidada— la letra que falta a la palabra que falta

     —y se desborda el lujo de la sangre, en unas ciudades donde no se puede morir.

EL FRIO

8.

     Y tan sólo te conozco en un hálito,

     como la solitaria forma del frío en que te escondes cuando me busco en ti y me pierdo dentro de ti,

     ansiando conocerte cada vez que te conozco al encontrarte y perderte a ti.

    

     Caer al abismo contigo, eso sería vivir la verdadera vida;

     me atrae la muerte que yo miro en mi búsqueda de ti.

     La ciudad no será una realidad mientras dure mi búsqueda

     —detrás de la ciudad te escondes tú.

AL PASAR UN COMETA
En lo alto de la ciudad oscura

 

     Una noche en una calle bajo la lluvia en lo alto de la ciudad oscura

     con el ruido a lo lejos

     es seguro que suspirará

     yo suspiraré

     tomados de las manos por un gran tiempo en el interior de la arboleda

     sus ojos claros al pasar un cometa

     —su cara llegada del mar sus ojos en el cielo mi voz dentro de su voz

     su boca en forma de manzana su cabello en forma de sueño

     una mirada nunca vista en cada pupila

     sus pestañas en forma de luz un torrente de fuego

     todo será mío dando volteretas de alegría

     me cortaré una mano por cada suspiro suyo me sacaré un ojo por cada sonrisa suya

     me moriré una vez dos veces tres veces cuatro veces mil veces

     hasta morir en sus labios

     con un serrucho me cortaré las costillas para entregarle mi corazón

     con una aguja sacaré a relucir mi mejor alma para darle una sorpresa

     los viernes por la tarde

     con el aire de la noche cantando una canción me propongo vivir trescientos años

     en su hermosa compañía.

RECORRER ESTA DISTANCIA

IV

     Los grandes malestares causados por las sombras, las visiones melancólicas surgidas de la noche,

     todo lo horripilante, todo lo atroz, lo que no tiene nombre, lo que no tiene porqué,

     hay que soportarlo, quien sabe por qué.

     Si no tienes qué comer sino basura, no digas nada.

     Si la basura te hace mal, no digas nada.

     Si te cortan los pies, si te queman las manos, si la lengua se te pudre, si te partes la espalda, si te rompes el alma, no digas nada.

     Si te envenenan no digas nada, aunque se te salgan las tripas por la boca y se te paren los pelos de punta; aunque se aneguen tus ojos en sangre, no digas nada.

     Si te sientes bien no te sientas bien. Si te quedas no te quedes. Si te mueres no te mueras. Si te apenas no te apenes. No digas nada.

 

     Vivir es difícil; cosa difícil no decir nada.

     Soportar a la gente sin decir nada no es nada fácil.

     Es muy difícil —en cuanto pretende que se la entienda sin decir nada,

     entender a la gente sin decir nada.

     Es terriblemente difícil y sin embargo muy fácil ser gente;

     pero es lo difícil no decir nada.

 

BRUCKNER

6.

     Iba y venía, de aquí para allá, en el estar,

     cuidando un poco el estar, y otro poco la vida y otro poco la muerte,

     manejando un cuchillo de doble filo que guardaba en el bolsillo, en otro bolsillo muchos papeles,

     entonando aires meridionales, de amor, de sueño, y de suave esperanza, de hermosura y de adiós,

     trasmontando en la idealidad las montañas y aspirando largamente el efluvio del Mar Interior,

     con una ventana siempre abierta a los presagios, mirando con ojos deslumbrados el tránsito del Nibelungo,

     contemplando en el horizonte aquellas lejanas tierras del sur

     —muy lejanas, y aun inaccesibles para él, con un íntimo adiós a la hermosura de un venturoso existir,

     y por eso mismo, no quería moverse de su sitio, tapiadas que fueron en una pared las cosas de esperanza y de ansia,

     en calidad de ilusiones,

     y prefería no alejarse del recinto, suspendido en el tiempo,

     con emanaciones y con vapores y con hervores en la materia del júbilo,

     comiendo manzanas italianas en la oscuridad, con dientes ya gastados por los años,

     pelando y cortando las manzanas con toda placidez, con aquel cuchillo que brillaba en la oscuridad,

     mascando lentamente y gustando hasta lo último,

     callada la boca y siempre a partir de la corbata

     —a partir de la torsión de la corbata, si se quiere,

     en oculta simetría con la textura de la tela del gabán, de engañosa suavidad a la altura de los hombros que se borran,

     que señalan el conjunto corporal y la hechura del gabán con una curva,

     en sincronía con la carne y con las arrugas de la carne,

     en sincronía con la holgura del cuello almidonado

     y con la ruptura de la curva,

     en que trasciende un antiguo candor escondido para sustentar esta cabeza, este gesto, esta imagen, este mirar de difunto,

     en oscuras y profundas amplitudes.

     Más arriba del aire y más abajo de la tierra

     —en la desnuda morada en que el señor del júbilo habita.

     En la morada circular y angular en que el liberador del hacer habita, en que el hacedor del hacer habita,

     en el filo de la sombra

     —en la arista en que se acaba el camino y en que se abre el espacio,

     en que la música del músico se encuentra.

 

     En el estruendo aniquilador que precede y que sucede a la aniquilación,

     en que fluye la música con despiadado amor por el mundo,

     en que la música del músico se encuentra.

     En la abrupta pendiente en que la pendiente se hunde.

 

LAS TINIEBLAS

8.

     Paradójicamente, cierta paz interior parece nutrirse de con un hervor de ira

     —con un hervor de ira, con un hervor de júbilo, con un hervor inexpresable.

     Con un sentimiento provocado por el cuerpo físico, por este instrumento del vivir,

     con desesperanza, con calma, y con mucho dominio y con mucho rigor,

     ante el inminente acabamiento de la extraña aventura, incomprensible y pavorosa que se llama vivir.

 

LA NOCHE

6.

     Nadie podrá acercarse a la noche y acometer la tarea de conocerla,

     sin antes haberse sumergido en los horrores del alcohol.

     El alcohol, en efecto, abre la puerta de la noche; la noche es un recinto hermético y secreto,

     que se hunde en lo hondo de los mundos,

     y no se podrá mirar en sus adentros, sino por la vía del terror y del espanto.

     Además, existen ciertas afinidades con lo oscuro; y quien no las tiene, jamás podrá acercarse a la noche.

     Tales afinidades prosperan bajo un signo que podría parecer inconsistente al no iniciado;

     pero este signo es ya de por sí indicativo, y lo constituye un extraño y permanente temor de caer en el camino.

     De ahí que el iniciado en los secretos de la noche, camine siempre con cautela,

     como si de súbito hubiera enceguecido, o hubiera perdido la noción del espacio.

     Y es éste en realidad un caminar en las tinieblas

     —es de hecho un caminar en el seno de la noche.

     Pues el iniciado habrá perdido la luz para siempre,

     aunque, por otra parte, podrá encontrarla el momento que lo desee,

     dispuesto como está a pagar el alto precio que se le exige.

     Pues para el hombre que mora en la noche; para aquel que se ha adentrado en la noche y conoce las profundidades de la noche,

     el alcohol es la luz.

     El que su cuerpo se vuelva transparente, y el que esta transparencia le permita mirar el otro lado de la noche,

     es obra exclusiva del alcohol.