Poemas

(Selección)

Poética El Resplandeciente Cuya boca ardía Casa de Lope

 

Poética

No eres sólo el fulgor que sin mesura
estalla, ni su estrépito previsto.
Ni las apelaciones de la esfinge,
o la avidez, o la otra idolatría.
 
Lúcida sí, flagrante certidumbre,
región de transparencia en la que inmerso
está el tiempo, zumbando, lo que somos,
la boca memorable del augurio.
 
En un trono de hierro y santidades,
abiertas las heridas, y la flecha
de las perpetuas causas en las sienes,
 
eres esa palabra no gastada:
amor; una mitad, como la aurora,
en sombra. Otra mitad deslumbramientos.
 

 


 

El Resplandeciente

Illimani, El Resplandeciente

en lengua aymara

Más que el cóndor

en lo alto detenido

enigma de fulgor

y escalofrío

más que la luz

ojo estelar

asistes

al hervidero de la vehemencia

que a tus plantas desteje

y teje

la oscuridad y la agonía.

Pira mineral

tumulto congelado

dejas

que se desate la comedia

carcomida por el tiempo

del disturbio

que resuene

enceguecida

la garganta del rencor.

Prodigas las mansardas

(o la sombra)

y dejas que la helada

boca de la noche humille

la ilusoria inocencia del azufre.

Dejas que corra

el río

del débito y la fábula

navegado

por los muertos

y los vivos que están muertos.

Casa de los hálitos

astrales

más que el celeste invierno

transpareces

y como el invierno hieres

y originas

copas enconadas

águilas que golpean

aldabas

de hielo

en nuestro adentro.

Ardua torre

testigo tormentoso

de los días que se abren

sin misterio

pero asimismo como filo

de cuchillo.

Abajo en las calles

las cancerosas calles

tatuadas

por el orín y las blasfemias

donde aúlla la gente

y se interroga

y se muerde las manos

y cae de rodillas

como cae

el viento en el erial

entre las cumbres.

Nada se sabe

ni la saña

desiste

ni la piedad.

Nada se sabe aquí

donde la noche repite

su orificio de herrumbre

ladra el perro

de las lluvias

el que roe

las casas pobres en las laderas

de los cerros pobres.

Nada se sabe

la vida

es un tigre

de ojos dorados

una uña verde hincada

muy al fondo.

¿Qué espero

que esperamos

¡todavía!

en lo oscuro de la plaza

que huele a epitafios

y a las plantas

de la amargura?

Chasqueados

encandilados perpetuamente

nos equivocamos de quicio

o de destino

golpeándonos

la frente en la equidad

de los ahitos

el pie atrapado

por las herramientas

del dolo.

 


 

Cuya boca ardía

Me niego.

Me niego a entrar en el coro

a corear

al perpetrador con sombrero

de probidad

el abogado de la carcoma

el que dicta las normas

y sacude

en la plaza

el árbol del usufructo.

 

 

Casa de Lope
Parva propria magna
Magna aliena parva.

¿No he pisado antes este sueño?

¿No he sido yo el que ha plantado

junto al brocal del pozo esa aspidistra?

Cuántas edades tiene

si fue mi mano

la que le dio vida

la formó

como obra de mi aliento.

Calle de los Francos

todavía

salobre de mis lágrimas

piedras de mis entrañas

dolidas

por diligencia

del agravio.

Ah vosotros fantasmas

más vivos que la vida

sostenidos

por su amor que os permite

bullir en aposentos

y braseros.

Qué solo estoy

Antonia Clara

qué amargo rey

con mis memorias

y este dolor

por ti humillados.

Los cuervos de la tarde

graznan ya en las torres

de las Trinitarias.

Campanadas

que la hora tiñe

de presagios.

Afanes de muerte me consumen

clamo

el eco me responde y con

mi propia voz

me desengaña.

No sangre

miedo por mis venas sangra.

Ya es noche

noche larga.

Artificios del mundo

ingratitudes

menos sois que soflama

de pavesa.

El hombre es nada

hombre solamente

aunque la fama a cumbres

de fulgor lo exalte

si el vejamen del vivir todo lo iguala.